lunes, 24 de noviembre de 2014

Yo sólo quería salir de casa

Me causa gracia que la gente se sorprenda (y hasta me trate de vieja chota), cuando les comento que prefiero mil veces la comodidad de mi sillón y mi hogar que salir a la calle a enfrentarme a esta barbarie de inadaptados sociales.
Sí, posiblemente mi paciencia en 30 años haya ido disminuyendo, pero no podemos negar la evidencia de que la gente está cada vez más pelotuda.
Una de mis actividades favoritas que involucran moverme fuera de mi hábitat natural hogareño es ir al cine a ver alguna película copada.
Para dicha actividad intento tener en cuenta algunas variables:

  • Tipo de película y estado del estreno (ya me ha pasado, por ejemplo, de cometer el error de ir a ver la primera de Los juegos del hambre al abasto el día de su estreno, y darme cuenta que el insoportable club de fans también estaba ahí) 
  • Cine estratégicamente ubicado (dependiendo la película, el village de caballito es uno de los lugares que prefiero evitar)
  • Horario conveniente para intentar evitar seres despreciables 
  • Evitar a toda costa películas de niños traducidas (donde pueda haber niños, justamente)
  • En lo posible, elegir asientos que no estén exactamente en el medio de la sala, que es donde la vida me ha enseñado que siempre va a tocarme atrás un hijo de puta que patea
  • No ir a ver películas donde sé que me voy a topar con pelotudos sin remedio (como ser 50 sombras de Grey, película que ni en pedo iría a ver al cine)
Bien, a pesar de estas variables, me suele pasar que la vida misma se caga en mí y termino cruzándome con las excepciones a la regla. Y, a pesar de mi disgusto, a veces TODAS las excepciones juntas. Como me sucedió este pasado sábado, cuando fuimos a ver Caminando entre tumbas, la nueva película de Liam Neeson.

Por así decirlo, "me cagaron como de arriba de un puente". Antes que nada, quiero decirle a los hijos de puta de los Hoyts que esa idea suya de poner, ahora, los nachos directamente en un paquete (como cualquier otra papita) no ayuda a silenciar los snacks en las películas. Creo que cualquiera de los que me esté leyendo en este momento conoce el ruidaje que hace abrir un paquete de papas fritas, ¿no? Bueno, ese ruido en el cine es RE DIVERTIDO. Más si a eso le sumamos dos boludos que no saben comer con la boca cerrada. ¿Ya se van imaginando el ruido de la masticación de los nachos? Excelente. Y no, no es más silencioso que revolver el pochoclo, se los aseguro. 
A eso le sumamos que la mujer de esa siniestra pareja de pelotudos mentales dijo fácil unas tres veces (y bien alto) "no entiendo". ¿Qué es lo que no entendés de esa película nena? No estamos viendo un documental de físicos que están explicando el movimiento del mundo a través de fórmulas. ES UN FUCKING POLICIAL. Y como si fuera poco, en algún punto de la película, al ganso que la acompañaba se le empezaron a caer los mocos y estuvo un rato largo con ese ruido horrendo de las narices cuando no tenemos un pañuelo y nos tragamos lo que quiere salir.
A eso también sumamos una señora que, por si uno no sabe lo que está pasando, te lo cuenta a los gritos: "¡AY NO, LE CORTARON LOS DEDOS!", ¡"UY NO AHORA LE PEGAN UN TIRO A LA PENDEJA!", "NOOOO", y así. GRACIAS SEÑORA.

Me fui a un cine alejado, al que no se llega bien en colectivo, una función de madrugada, una película que ya tenía varias semanas de estrenada... y así y todo, me secaron los ovarios. La gente tiene un don para romper los quinotos.

Yo seré una amarga, pero por lo menos entiendo los policiales, mastico con la boca cerrada y me meto mis opiniones sobre la película bien en el orto hasta que termina. CARAJO.

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