jueves, 31 de diciembre de 2015

2015

Llegamos a otro 31, a otro año que se va rapidito.

Este año tuvo muchas, muchísimas cosas. Algunas malas, otras buenas, otras buenísimas. Fue un año un tanto extraño. Laboralmente hablando fue una decepción, estuve meses intentando cambiar de rumbo pero no me queda más que pensar no era mi momento. Fueron muchos meses de esperar que alguien siquiera respondiera a los mails donde mandé currículum tras currículum. Pocos respondieron, y de los que mandaron pruebas, unos me contestaron en junio que estaba aprobada y nunca más se contactaron. Un misterio. Con la cocina no fue mucho mejor el asunto, este año tuve pocos pedidos, aunque debo admitir que tampoco yo me volví loca cocinando o promocionándome, porque quería (quiero) dedicarme a otra cosa. En ese sentido creo que este año le tocaba a mi marido, que cambió de trabajo hace unos meses y le está yendo de diez. Ojo, yo tengo trabajo, pero no es lo que quiero para toda la vida.

En lo académico fueron dos semestres muy diferentes entre sí. El primero fue fabuloso. Las materias fueron geniales y por suerte metí todos los finales a mitad de año. Pero el segundo semestre está dejando mucho que desear. El profesor de una de las materias más importantes es medio muerto de frío, y en general los profesores me están poniendo nerviosa. Casi pierdo una materia pero me enteré hoy que, finalmente, aprobé. Y ahora me quedan en enero los últimos exámenes, antes de dar finales. Casi casi que soy alumna de tercer año. El último año de cursada antes de la tesis.


En algún lugar de la maravillosa Escocia.

Fue un año que afianzó algunas amistades y, lamentablemente, entibió otras. No puedo decir que no estoy decepcionada, aunque el momento de mala onda ya pasó, fueron de personas que no lo esperaba. ¿O quizás sí? Nunca lo sabré. Tampoco me voy a matar averiguando. Hay que preocuparse por las que se quedan, no las que se van.

Nos tuvimos que mudar de nuevo, pero en ese sentido nos salió todo más que bien. Nuestra vecina del otro departamento tenía uno que se liberaba justo para la época que nos teníamos que ir, así que acá estamos. Lo que me apena es que al final ese departamento no se vendió, sino que se lo alquilaron a otros, así que podría decirse que gastamos plata sin sentido. Aunque, no puedo quejarme, este lugar es mucho más lindo.


Nuestros anillitos (de nudos celtas, faltaba más) y la hermosa libretita roja.

Y lo mejor llegó al final. Me casé en noviembre con el hombre que se cruzó en mi camino mágicamente hace 8 años, y no podría ser más feliz. Encima, acabamos de volver de una luna de miel soñada, donde por fin cumplí mi sueño de conocer y pisar suelo celta. ¿Qué mejor manera que despedir el año que esta? A mí no se me ocurre nada. Cabe recordar que en enero también viajé con mi vieja a Europa, conociendo por primera vez un montón de lugares y de personas increíbles que tenía pendientes. Ese viaje me puso feliz por ambas. Mi mamá estaba re contenta.


Toledo. Una de las ciudades españolas que conocí en enero.

2016 te espero. No sé qué vas a traer, no sé qué esperar de vos. Pero yo te espero igual.

A todos los que están ahí leyendo y que me acompañan en esta locura bloggera, muy feliz año nuevo, y que arranquen muy bien el 2016. Coman rico, beban abundante y abracen mucho. ¡SALUD!

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Literario

Cierro el año de lecturas con dos libros que leí durante el viaje. Uno me lo compré en uno de los aeropuertos, y el otro fue uno de los regalos de aniversario que me hizo mi señor marido. Dos cosas completamente diferentes entre sí, debo decir.

Arranco con este, que es el que compré por allá. Primero me llamó la atención el nombre, en parte porque yo misma soy vegetariana y por otro lado, nunca vi novelas que traten de ese tema. Todo lo que tengo son libros de cocina, no más que eso. Otra cosa que captó mi atención fue la descripción de la historia: Una mujer que se rebela contra lo impuesto, empezando por dejar de comer carne, hasta convertirse en un árbol. UN ÁRBOL. Imposible que no quiera leerlo.
El libro empieza relatado por Mr. Cheong, el marido de Yeong-hye que es la que de a poquito se rebela. Primero cuenta que su matrimonio no es nada del otro mundo, que su esposa ni siquiera lo había impactado la primera vez que se vieron, que no tiene nada ella (ni hace nada) que a él le signifique algo especial. En resumidas cuentas, están juntos porque la «vida» así lo quiso, pero no porque un amor descomunal los haya juntado.
Un buen día despierta para encontrar a su esposa tirando toda la carne de la heladera, quien le manifiesta que tuvo un sueño (es todo lo que sabe explicar, porque aparte de todo es una mujer de poquísimas palabras) y que no va a comer carne nunca más. Pero tampoco la va a preparar para él.
Ahí comienza el conflicto del marido, y nosotros somos espectadores de lo que será ser mujer en la sociedad coreana (la escritora es coreana y sus personajes viven en ese mundo), porque el marido no entiende que su esposa deje de hacer las mismas cosas que venía haciendo. Hacerle el desayuno, plancharle la ropa, limpiar la casa. Leemos la sorpresa y la bronca de este tipo que, de pronto, se encuentra con que su esposa, esa mujer que él ya confiesa en las primeras páginas que no ama sino que simplemente está ahí, le desarma la estructura del día a día. «PERO CÓMO ESA MUJER VA A DECIDIR ALGO ASÍ SIN MÁS». Esto es lo que yo (y creo que todos) nos encontramos al principio. Esa cosa de que la mujer tiene que estar siempre disponible para el marido. Hijos no tienen, pero todo lo demás hay que hacerlo. Y eso que ella también trabaja.
Con el correr de las páginas sigue su rebeldía y empeora su salud (porque simplemente deja de ingerir todo lo que venga de un animal, pero tampoco se ocupa de buscar una buena dieta), empieza a perder peso y volverse débil. Y el marido cada vez se pone peor, hasta que decide involucrar a la familia de ella. Donde claro, nadie está de acuerdo y quieren forzarla a cambiar. A volver a lo mismo de antes.
Yo pensaba que este libro se trataba de algo loco, especialmente cuando leí la parte del árbol. Pero la verdad es que se trata de una mujer ordinaria que de repente se rebela contra todo y todos, siguiendo algo que a ella sola se le ocurrió (algo que sueña), sin importarle nadie más. Digo yo, en una sociedad como esa, donde evidentemente las mujeres están para cosas específicas, que de pronto Yeong-hye tome una decisión extraordinaria por su cuenta les rompe el esquema a todos los que la rodean. Y ella sigue con su cometido, sigue yendo para donde la lleva su corazón y sus sueños, hasta un final inevitable.
¿Me gustó el libro? Cuando lo terminé pensé que no. Ahora que lo recuerdo para escribir acá, simplemente diré que no está mal pero tampoco me pareció la quinta maravilla del universo, como vi que le pusieron por ahí. Sí, te muestra que dentro de una sociedad horrenda una persona puede levantarse y hacer lo que quiere, si tiene la fuerza necesaria, por más que nadie (o casi nadie) la acompañe. Pero no me deslumbró. Creo que yo esperaba otra cosa. Y además uno de los relatos me traumó un poco. Ella comienza a recordar cosas de su infancia de vez en cuando y una situación que involucra un perro me llegó mucho, me pegó feo. No lo leería de nuevo. No sé si recomendarlo tampoco, depende de cada uno.

Y acá llega este, que nada que ver. Bruja oscura, el primer tomo de la trilogía de los O'Dwyer.
Este libro está ambientando en Irlanda. Primero nos sitúa en el 1200, donde hay una bruja llamada Sorcha a quien le toca la poco feliz tarea de enfrentarse a un hechicero llamado Cabhan, quien quería poseerla a ella y a su gran poder. Sorcha tiene tres hijos que también comparten las artes de la brujería con ella, que luego heredarán gran parte del poder de su madre, cada uno con un animal que los caracteriza y los defenderá siempre.
Luego nos sitúa en nuestro presente. Iona Sheehan visita por primera vez Irlanda, tierra de sus antepasados, donde va a conocer a sus dos primos, Branna y Connor O'Dwyer.
Imagino que ya lo habrán sospechado, el libro trata sobre la reencarnación de los tres hijos de la poderosa bruja Sorcha. Por supuesto, también está la reencarnación del hechicero Cabhan.
Hay dos historias que van de la mano. Una es la de estos primos que, ahora que están juntos, tienen la tarea de prepararse para el posible enfrentamiento con ese mal que aun está presente. Y por otro, la vida y los sentimientos de Iona, esta chica norteamericana cuyos padres son un tanto indiferentes, querida de verdad sólo por su abuela. De pronto llega a un lugar soñado, como salido de un cuento, donde conoce a sus dos primos quienes les abren las puertas tanto de su corazón como de su casa, consigue un trabajo perfecto para ella y hasta un hombre a quien quiere amar. Uno se encariña con esta chica, tan falta de afecto y que poco sabe de lo que es ser querida, cuando de pronto se encuentra con un aluvión de nuevos sentimientos en los que no tiene mucha experiencia.
Debo decir que me gusta mucho como escribe esta señora Nora Roberts. El libro es muy atrapante, te va llevando por la vida de esta gente, con unas descripciones que por momentos uno siente que está en la cocina de Branna sintiendo los olores de la cena en plena preparación. Además, mientras lo leía yo misma estaba en Irlanda (punto para mi marido, estuvo fino en la elección, que fue a propósito según me dijo después), con lo cual se le sumó una magia extra.
De más está decirles que ahora quiero leer los dos que quedan, para ver cómo sigue esta historia.
Brujas, palabras en gaélico, hechiceros, celtas, tierras irlandesas. Magia. Este libro fue perfecto para mí. Lo recomiendo muchísimo, creo que debe ser (si sigue este ritmo) una trilogía maravillosa.

Me despido del 2015 con estos libros. Ya empecé otro pero ese creo que quedará para el año que viene.

¡A seguir leyendo! :)

martes, 29 de diciembre de 2015

Reino Unido + Éire ~ noviembre/diciembre 2015


¡Hola a todos! Hemos vuelto tras un maravilloso mes recorriendo estas islas, tan llenas de misterios, de historia, de cultura. No me puedo olvidar del morfi, obvio, qué ricas comidas tuve el placer de degustar. Esta vez me la jugué y probé varias cosas de las que comía la Zoqueta, debo decir que ser vegetariano en estas islas es más fácil de lo que es acá en Buenos Aires. ¡Pero ya les contará ella después sobre eso!


Acá en el avión de Ryanair, camino a Irlanda. Quiero que sepan que hubo una turbulencia de puta madre, y tal vez me cagué un poquito encima. Sólo un poco.

La primer para oficial de este viaje (porque en realidad hicimos un día en Madrid, pero estábamos los tres re dormidos y fue sólo para pasar la noche) fue Irlanda del sur, específicamente Dublin. ¡Qué lugar! ¡Qué verdes hermosos! Todo lleno de cultura celta por todos lados. ¿Se dan una idea lo que fue para la Zoqueta todo eso? ¡Se la pasó lagrimeando la boluda! Con esos campos verdes, esa música que se escuchaba en todas partes, esa mística. Lo que sí, me cagué de frío. Miren que yo soy oriundo de la Patagonia y tengo una resistencia natural a las temperaturas bajas, pero Irlanda se va al carajo. Menos mal que a estos les sobraba una bufandita, porque se me congelaba todo, incluyendo mi pitito.


Acá estábamos en las Cliffs of Moher, un lugar zarpado. Zarpado en viento.

Lo que uno se imagina de Irlanda, es lo que es. Campo. Cervezas zarpadas. Pubs con música en vivo. Duendes. Tréboles. Celtas. Todo eso y más, es lo que hay en ese lugar. Hasta yo volví medio turulo por lo celta, debo confesar. 


Este era un parque que estaba cerca del departamento, se llama Phoenix Park. Un lugar gigante e increíble, lleno de deliciosos lindos animalitos, como estos patos, a los que quería morfarme darles un besito.


Bueno, me conformaré con esta palomita.

Tras Irlanda llegó Escocia, donde paramos en la increíble ciudad de Edimburgo. ¡Qué locura! Encima el departamento que encontró la Zoqueta tenía, desde el patio, vista al castillo. Una cosa de locos. La gente muy copada, la ciudad espectacular (llena de muros y pasillitos locos medievales). Y la cerveza, que seguíamos catando, excelente. De hecho en un bar le sirvieron a la Zoque una que era larga como su brazo. Menos mal que estaba yo para acompañarla al departamento, porque entre esta y el Oso tenían un pedo para cuarenta. ¡Si no fuera por mí! ¡Soy un capo!


Acá en la entrada del castillo de Edimbrugo. ¿Qué? ¿No se dice así?

Acá aprovechamos y tomamos tren varias veces para ir a conocer distintas ciudades, como Glasgow (aburrida), Stirling y Leuchars. Ahí cerca de Leuchars hay un lugar que se llama St. Andrews que tiene unas ruinas a orillas del agua que se van al joraca.


Acá está Blackness Castle. Imagino que por dentro debe estar buenísimo, pero la gansa de Zoqueta se olvidó de leer la parte del folleto donde decía "jueves y viernes cerrado". Era jueves.

Lo mejor de todo era que en muchos de los castillos, como hacía tanto frío, no había nadie. Así que prácticamente los alquilamos para nosotros, sacamos muchas fotos boludas y jugamos como nenes. Bueno, yo soy un nene, soy joven. Tengo casi 8 añitos nada más. Los otros dos, dos boludos grandes. Una vergüenza.

Tras dejar atrás la bella Escocia llegó Gales, donde conocimos a las dos personas más buenas del universo: los dueños del departamento que alquilamos. Nos recibieron con tortitas y hasta con el arbolito armado. Lo único malo de Gales fue que no paró de llover un sólo día, el clima se portó medio mal. Pero se compensaba con la bondad de estas dos personas y con el hecho de que vimos unos castillos alucinantes. Y las tortitas galesas. ¡Qué ricas! Nada que ver a la torta galesa que venden acá, que de hecho allá no se llama así (ni tiene nada que ver).


Acá en el castillo de Cardiff, la capital de Gales.


Acá en el mejor castillo de todos, Caerphilly.


¡Mirá mamá, una máquina de matar boludos!

Y finalmente, llegó Londres, donde pasamos los últimos 10 días del viaje, y donde festejamos navidad. La navidad nunca tuvo tanto sentido como en estas tierras frías. Acá en Buenos Aires siguen insistiendo con las comidas calientes y los turrones con chocolate, pero son fiestas de 35°C. Allá sí tiene sentido clavarse un plato de ravioles señora.

De Londres visitamos varios lugares, un poco lleno de gente para mí gusto. Yo soy un bicho  medio antisocial que disfruto la soledad, y chocarme con tanta gente después de tantos días de paz fue extraño. Pero es una ciudad muy copada. También conocimos Salisbury (desde donde fuimos a Stonehenge) y York. York es, sin dudas, la ciudad más linda que vimos en todo el viaje.


Acá en Stonehenge. A juzgar por el viento que había, me parece que los druidas no tenían ganas de muchas visitas ese día. Casi me vuelo a la mierda.


Acá en la catedral de York. Era tan linda que hasta ganas de rezar me entraron. Bueno, no, tanto no.

Fue un mes espectacular conociendo lugares de película. Menos mal que compramos unas valijitas de mano porque nos trajimos de todo, era inevitable. Los locales de chucherías estaban a la orden del día, y con la Zoqueta somos fanas de comprarnos pavadas. De hecho adoptamos dos amigos nuevos, Cai el dragón galés y Joseph el cuervo british de Stonehenge. Pero ya los presentaré en otra ocasión, ahora están tratando de adaptarse al calor porteño y pobrecitos les está costando mucho. ¡Ojalá podamos volver pronto a conocer más rincones de las islas!

¡Saludos y hasta la próxima vacación-aventura!