sábado, 19 de noviembre de 2016

Despertar

Suena el despertador avisándome que es hora de retomar el trabajo, estiro la mano hacia el borde de la cama donde suelo dejar el teléfono, y lo apago. Mi mente se va despertando y amaga con traerme pensamientos que estuve tratando de bloquear toda la semana. Son cinco segundos. No llega a materializarse una nube negra porque, de pronto, tengo a Gala lamiéndome el brazo, contenta porque me desperté. Le hago un hueco a mi derecha y se sube a la cama, se acuesta a lo largo bien pegada a mí y me abraza el brazo derecho con sus dos patitas. Apoya la cabeza en mi pecho y me mira, moviendo la cola. Automáticamente, mi marido hace un ruidito, se da vuelta hacia mi lado y me abraza, apoyando su cabeza en mi pecho, del lado izquierdo. Así me encuentro entonces. Boca arriba, rodeada de un amor infinito. A mi izquierda, el hombre con el que comparto mi vida hace nueve años, roncando despacito, con su abrazo cálido. A mi derecha, la perra que adoptamos hace casi cinco años, feliz de verme despierta y de compartir una caricia. La nube negra que amagó se aleja por un buen rato. Dentro de ella, los pensamientos que querían aflorar... enfermedades, cansancio, responsabilidades, la pena por la futura pérdida de una buena amiga de la familia. Son unos minutos en que lo único que puendo pensar es en lo afortunada que soy, de tener todo este amor para mí. ¿Alguna vez imaginé que llegaría un día en que me sentiría así? La verdad es que no. Pero acá estoy, acá estaban ellos, borrando mi pena con su afecto silencioso, con sólo unos abrazos y unas caricias. Y les estoy eternamente agradecida por quererme tanto.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Semanita de descanso en Santiago de Chile


Hace una semana nos decidimos a cruzar la cordillera de los Andes y visitar, por primera vez, el país vecino: Chile. Los zoquetes estos aprovecharon para festejar su primer aniversario de casados (el sábado 5 de noviembre) y yo tenía que estar ahí. Obvio. No pueden viajar sin mí, no tiene gracia. Sería un viaje sin alma.

Chile es un país angosto, muy bonito, lleno de gente simpática. Nos quedamos en la capital, Santiago de Chile, seis noches. Conocí lugares muy lindos, comí comida rica (cuando me alejaba un poco de la Zoqueta, porque aquella come todo vegano y yo no soy vegano, soy un perrito) y compramos muchas pavadas. Me parece que se pasaron de rosca con las compras, porque cuando se sentó en la computadora la Zoqueta a hacer cálculos de lo que tienen que pagar el mes que viene, quedó más pálida que de costumbre. ¡Y eso es mucho decir!


 Desde el avión, cruzando los Andes. ¡Una cosa de locos!


Esta es la vista desde el departamento que alquilamos (en un octavo piso). ¡Esa pileta era enorme! Pero al final nunca hizo calor como para usarla. Hacía un fresquete que a la noche se me escarchaban las bolitas si me metía al agua. 


También desde el departamento, allá atrás se ven los cerros. ¡Harmoso!

Aparte de Santiago, conocimos algunas ciudades más de Chile, como Valparaíso y Viña del Mar. BAH. No les voy a mentir. Estos dos conocieron esas ciudades. Yo me había tomado una cerveza artesanal la noche anterior y quebré en el departamento, así que no quise salir. Me dijeron que estuvo lindo. Me contaron más cosas, pero todavía estaba un poco resacoso y no escuché mucho lo que me dijeron. Encima no me trajeron ni un recuerdito. Manga de inadaptados sociales.

Otro día fuimos a Cajón del Maipo, un lugar hermoso con un lago y montañas nevadas de fondo. Ese día el guía recomendó que yo me quedara en la mochila, porque el viento me iba a llevar al quinto demonio. Después me enteré que se lastraron un picnic a orillas del lado, con vino artesanal y todo. Me lo re perdí, por chiquitito.

 
Este es el Cajón del Maipo. Un lugar tranquilo, lleno de riquísimos amigables pajaritos, y una paz terrible.

Por Santiago caminamos mucho. Hay lugares muy interesantes, no todo es shopping y compras (parece que mucha gente va para eso, pero la ciudad vale la pena). Mi lugar favorito fue el Museo de Arte Precolombino. ¡Había muchas cosas geniales!


Acá con el amigo en el museo. Yo me lo quería traer a casa, pero me pareció que estaba complicado el asunto.


Acá el último día, disfrutando unas almendras que tenía la Zoqueta encanutadas en el bolsito, en una de las plazas de la ciudad. ¡A mí me vas a esconder los frutos secos, gila! ¿No sabés que tengo un olfato super desarrollado? Y ni te cuento del hambre que tenía.

Fue una linda semana de descanso, especialmente necesaria para los dos zoquetes que trabajan todo el año sin parar. Se lo tenían merecido. Bueno, ¡yo también! Ser un perrito adorable lleva mucho trabajo, no es para cualquiera, así que también me merecía mis mini vacaciones.

¡Saludos y hasta la próxima vacación-aventura!