jueves, 19 de mayo de 2016

La negra

Pienso que para mis padres siempre fui un bicho raro. Especialmente para mi vieja. Desde chica me caractericé por ir, digamos, «en contra» a lo establecido en mi casa. Y si vamos al caso, creo que podría decirse que en contra a lo establecido en la «sociedad normal». O al menos hace un tiempo pensaba así.

Mi primer rebeldía sucedió cuando era muy joven. Tenía 12 años. Me habían cambiado de escuela a una de doble turno para los últimos tres años de primaria, dejándome con unos problemas de autoestima que aún al día de hoy, con 20 años más, no terminé de superar. Cuando llegué a los 12, inconscientemente creo yo porque aún no pensaba tanto las cosas, decidí que NO iba a ir al secundario que mi viejo ya había elegido por mí (El Nacional Buenos Aires) y logré que me dejaran anotarme en la escuela técnica a la que quería ir. La segunda fue a los 14 años con el cigarrillo, cosa que se enteró sólo mi mamá pero cuando ya hacía unos cuantos años que fumaba. A los 17 me hice mi primer piercing, en la nariz. A los 21 mi primer tatuaje (ya tengo 10).

Así fueron sucediendo, cosas que para mi familia eran «anormales». Mi viejo es de la vieja escuela, mi hermano un soldadito (bien cerrado en sus ideales e ideas de vida). Y mi mamá, nada. No sé ni cómo describirla.

Y acá estoy yo, con 32 años, aun haciendo pequeños actos «de rebeldía». Rebelándome contra el mundo, contra la vida misma. La más reciente fue mi veganismo, que apareció en enero de este año.

Pero lo que fui notando con el tiempo, es que a medida que crecía, mi vieja dejaba de reaccionar mal a mis locuras. Empezaba a interesarse, de alguna manera. Los tatuajes los odiaba, aun cuando sabe que me estoy por hacer alguno tira la bronca, pero luego me pregunta de qué se tratan. Y va por la vida contándole a algunas personas de su confianza sobre «la loca de su hija que tiene todo el brazo tatuado». En lugar de seguir atacando, se ablandó, y hasta muestra interés. Algo que no deja de sorprenderme.

El próximo domingo festejamos en casa el cumpleaños N° 86 de mi tía, la hermana mayor de mi papá. Como buenos argentos que son todos van a hacer asado, y yo estaba pensando qué llevarme para comer. Hoy me llamó hace un rato y me dijo «me enseñaron a hacer knishes de papa y de espinaca, los podés comer porque no tienen nada, así que les voy a cocinar para el domingo».

Por ahí es una tontería, pero son pequeños gestos de amor que recibo con sorpresa, porque no estoy acostumbrada. Yo, la oveja negra de la familia, la que siempre se sintió fuera de lugar. Miren con qué poco me conformo. Sólo necesitaba un poco de apoyo y de afecto.

--
P/D: Acabo de recordar uno de mis últimos actos de locura que casi atentan contra la sanidad mental de mi familia. A los 23 años conocí y me enamoré de un metalero de tupida barba y pelo largo hasta el culo. Mi vieja casi se muere infartada. Guess what? Me casé con él hace medio año :)

No hay comentarios.: