miércoles, 20 de agosto de 2014

El corte que no cortó

Generé una intolerancia a las muchedumbres que no puedo controlar. Pero no es sólo en esos eventos de cosas interesantes que a uno le dan ganas de ir pero la cantidad de gente lo tira abajo (como ser la feria del libro, por ejemplo), es casi en todas partes. Sacando las situaciones inevitables como el transporte público, ahora que está queriendo volver el calorcito (que sabemos que es un calor de mentira, ya va a volver el frío), las plazas están hasta las re bolas de personas. Antes iba re tranquilita con mi perra a pasear tipo 4 de la tarde, había dos o tres gentes pero nada extraño, y podía caminar sin tener que estar pendiente de dónde la hacía caminar a la negra. Ahora es un quilombo. Un griterío infernal que ni ella quiere estar en la plaza.

Este fin de semana largo que pasó nos fuimos a descansar unos días a Entre Ríos, a una cabaña muy tranquila en Colón, donde lo que más escuchaba era el ruido de pajaritos y demases. Pero no soy de esas personas que tienen el don de cargar las pilas y venir dispuestos a enfrentarse a la vida con la frente en alto, al contrario, creo que mi intolerancia se marcó más. Me di cuenta estando allá que necesito estar lejos de la ciudad como regla básica de vida, para volver ahí de vez en cuando de ser estrictamente necesario. No digo la utopía de vivir de vacaciones e ir a la ciudad unas dos veces al año vaya una a saber por qué, sino que siento una necesidad implacable de vivir en un lugar menos poblado.

Me sacan los gritos, las peleas (tengo vecinos di-vi-nos, je), las bocinas, los cortes, las huelgas, los problemas, las viejas en el supermercado y colándose en el colectivo, las frenadas, el olor a pis, la caca en las plazas, la falta de respeto por el otro... ¡y lo digo yo que soy una anti de mierda!

PERO EN FIN, sí, hermoso Colón, hermoso descanso, y si bien en la mayoría de las cosas de la vida siento que me embarga una extraña paz que ojalá me dure, la gente no deja de sacarme una gran cara de culo.

Cada vez amo más mi sillón, mi tele, netflix, crunchyroll, la play, a mi novio y a mi perra. ¿Ermitaña? Eh, bueno, un poquito. Igual les dejo unas fotitos del lugar porque la verdad que estuvo mucho muy bien. Si necesitan desconectarse un poco y ver algunos verdes y animalitos, lo recomiendo ampliamente.









2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Zoqueta,
leía tu nota y era una sensación de link a todo lo que hablamos con mi esposa.

Pareciera como que hubiera una supra ingeniería encargada de diseñar todo para que el prójimo te moleste: desde los bondis que tienen los pasillos demasiado angosto, hasta los subtes, los ascensores, las paredes de canto de los edificios nuevos...

Respecto a las plazas; Vivo cerca de la plaza de Devoto y todos los domingos paso con el colectivo al mediodía... No se si es por la desarmonía de la manera de vestir de la gente, la manera de tirarse de cualquier modo en cualquier lado... los colores estridentes de la ropa, o bien la suma de todo eso que hace que siempre tenga la misma sensación de que la plaza está sucia... como si la gente fuera papeles arrugados, latas, bolsas de basura... en fin.

Las ciudades no son buenas (sobre todo las megalópolis como Bs As) hacen que las personas se hacinen, se molesten, el de al lado es un competidor posible antes que un posible aliado... en resumen: una porquería.

Somos muchos los que queremos rajar... la cuestión es que mudarse lejos debe ser siempre fruto de un proceso interno antes que de las ganas de huir!

Abrazo de alguien que se sintió muy reflejado con esta nota.

Salutes

Zoqueta dijo...

Hola Mariano!!
Bueno, no sé si leerás esto (en algún momento los bloggers gustábamos de ver si nos respondían, pero creo que estamos más vagos), pero te iba a decir, yo también vivo cerca de la Plaza Devoto y no me es ajena esa sensación de suciedad. Además de que, francamente, con la cantidad de gente que hay siempre hay mucha mugre. A veces con mi novio pensamos "che, hace mucho que no vamos a la Plaza Devoto a tomar unos mates", pero la verdad es que así como lo decimos recordamos esa cantidad de personas descuidadas que no miran más allá de su pequeño espacio personal, y se nos van las ganas. Es como sentir que uno vive en una sociedad que no vive en sociedad o no sabe cómo.
Me apena tener estos espacios verdes, quizá no tan importantes como la costanera (que quizá teniéndola cerca iría más seguido), y no querer aprovecharlos porque ya sabés que no vas a ir a desenchufarte realmente.