sábado, 19 de noviembre de 2016

Despertar

Suena el despertador avisándome que es hora de retomar el trabajo, estiro la mano hacia el borde de la cama donde suelo dejar el teléfono, y lo apago. Mi mente se va despertando y amaga con traerme pensamientos que estuve tratando de bloquear toda la semana. Son cinco segundos. No llega a materializarse una nube negra porque, de pronto, tengo a Gala lamiéndome el brazo, contenta porque me desperté. Le hago un hueco a mi derecha y se sube a la cama, se acuesta a lo largo bien pegada a mí y me abraza el brazo derecho con sus dos patitas. Apoya la cabeza en mi pecho y me mira, moviendo la cola. Automáticamente, mi marido hace un ruidito, se da vuelta hacia mi lado y me abraza, apoyando su cabeza en mi pecho, del lado izquierdo. Así me encuentro entonces. Boca arriba, rodeada de un amor infinito. A mi izquierda, el hombre con el que comparto mi vida hace nueve años, roncando despacito, con su abrazo cálido. A mi derecha, la perra que adoptamos hace casi cinco años, feliz de verme despierta y de compartir una caricia. La nube negra que amagó se aleja por un buen rato. Dentro de ella, los pensamientos que querían aflorar... enfermedades, cansancio, responsabilidades, la pena por la futura pérdida de una buena amiga de la familia. Son unos minutos en que lo único que puendo pensar es en lo afortunada que soy, de tener todo este amor para mí. ¿Alguna vez imaginé que llegaría un día en que me sentiría así? La verdad es que no. Pero acá estoy, acá estaban ellos, borrando mi pena con su afecto silencioso, con sólo unos abrazos y unas caricias. Y les estoy eternamente agradecida por quererme tanto.

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