lunes, 9 de marzo de 2015

Somewhere I belong

Hay cierta felicidad en saber que siempre vuelvo a un hogar donde me esperan, hace un tiempo, mis dos criaturas favoritas en el universo.
Una tiene cuatro patas y existe en mi mundo hace 3 años y 4 meses. Es negra, adorable y mimosa. A pesar de su mal carácter, de su alergia que de a poco y con paciencia vamos curando, y de su inadecuada manera de presentarse ante perros nuevos (los rodea, su sangre ovejera es innegable, y les gruñe; hasta que finalmente les mueve la cola y los huele como corresponde a cualquier can normal), es una gran compañera.
El otro tiene dos patas y existe en mi mundo hace 7 años y 4 meses. Es mi hombre favorito, mi mejor amigo, el que me saca una sonrisa hasta cuando no puedo sonreír y con el que comparto la vida. Con el que nos entendemos a la perfección desde el primer día, y soñamos día a día con todo lo que nos queda por hacer.
Como persona de pasado depresivo que soñó muchos años con el hogar alegre al que volver, para encontrar algo feliz tras la puerta y no algo pesado que le siguiera provocando más pena; debo decir que jamás me hubiera imaginado sentir la felicidad que siento hoy. Cuando uno está tan acostumbrado a que todo sea gris tirando a negro, el "ya vas a ver..." que muchas personas te dicen, suena simplemente a un mensaje buena onda. No solemos creerle, ni pensar que en algún momento realmente va a suceder. Pero sí, era así nomás. Tarde o temprano las cosas cambian, siempre y cuando nosotros también le pongamos un poquito de ganas.

Hoy mi realidad se ve un poquito como esta foto que tomé hace unos días:


Es una realidad mucho más colorida que la que alguna vez me imaginé. Me encanta. Y si a veces dejo que la vida me agobie, laboralmente más que nada, me basta con recordar que tengo este rincón del universo al que volver, y es inevitable que la nube se empiece a borrar.

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